Cuando hablamos de explotaciones auríferas en nuestra tierra es inevitable que la primera imagen que se nos venga a la cabeza sea la de Las Médulas. Sin embargo, y aunque éstas sean una referencia muy importante, no son las únicas de las que aún queda constancia en el Bierzo. Hoy visitamos las de Castropodame.
Las cuevas de Castropodame
Las de Castropodame se trata de antiguas minas de oro romanas excavadas sobre rocas compactas de cuarcita que se encuentran en medio de numerosos valles artificiales que desde la distancia parecen grandes surcos excavados en la ladera y que por su tonalidad rojiza nos recuerdan a las ya mencionadas explotaciones de Las Médulas.
Aunque el núcleo principal de estas excavaciones se encuentre en las laderas del monte de Capellosines, hay huellas de otras excavaciones de menor importancia en otros puntos como el Valle de Masera y el Carbayal.
En esta explotación se combinaron labores de interior (galerías subterráneas) y de cielo abierto (canales y embalses). El sistema usado fue el conocido como el “método de las arrugias” que consistía principalmente en perforar los montes con el fin de desequilibrar el terreno. Luego empleaban la fuerza del agua que era arrojada desde unos embalses previamente construidos hasta las fosas denominadas “ágogas”. Una vez el material llegaba a las ágogas comenzaba la extracción del oro.
Dentro de este núcleo de excavaciones nos encontramos con la llamada “Cueva del Moro”. Esta cueva elevada cuenta con 23 metros de galería y una altura suficiente como para poder caminar de pie. A la izquierda de su entrada nos encontramos con un pozo prácticamente vertical de unos 13 metros de altura y desde el que se extienden más metros de galerías aunque algunas por desgracia se encuentran cerradas por los diferentes derrumbes internos.
En la “Cueva del Corralón” se superan el centenar de metros en galerías y cuenta con cámaras de una amplitud importante por las que se puede caminar perfectamente, aunque el acceso en la actualidad sea complicado, debido a los escombros caídos del techo, y no recomendable especialmente para claustrofóbicos.
Pese a que el acceso al interior de estas cuevas esté limitado, el paisaje que las rodea junto con las todavía visibles huellas de lo que una vez fue esta explotación romana, bien merecen una visita.