
El Bierzo es una tierra rica en yacimientos de hierro, lo cual propició el florecimiento de la actividad siderúrgica siglos atrás, llegando a su apogeo durante el siglo XIX. Este hecho impulsó notablemente la economía de la zona. Muchas de estas ferrerías han desaparecido, pero nos han dejado sus huellas.
Lo característico de las mismas era el uso de grandes fuelles accionados por una rueda hidráulica, de ahí la necesidad de obtener la fuerza bruta del agua y asentarse a orillas de los ríos. Las ferrerías bercianas usaban unos “barquines” o grandes fuelles accionados por una rueda hidráulica para inyectar aire al horno. Con una “chapacuña” se desviaba el agua hacia una presa que la conducía a un “banzao” o estanque. En el piso del mismo había dos aberturas o “chiflones” por los que al caer el agua movía las ruedas y se accionaban barquines y mazo.

El hierro era calcinado al aire libre antes de ser reducido en el horno con carbón vegetal. El horno era bajo y se cargaba alternativamente con capas de mineral y carbón, este conjunto se denominaba “agoa”.
Se trabajaba ininterrumpidamente cada 4 horas y 6 veces al día. La masa de hierro, “zamarra”, que salía del horno se estiraba en barras en el “mazo”, que era una especie de martillo pilón de grandes dimensiones.
Las ferrerías trabajaban entre 200 y 250 días al año, y la producción meda era de 70/90 toneladas de hierro por ferrería. No sólo eran importantes por su productividad sino también por la cantidad de gente que se movía alrededor de esta actividad.