Se dice que la barrica tiene más de 900 años y que fue rellenada por primera vez por Santo Martino, un canónigo de la Colegiata de San Isidoro, que vivió en el siglo XII y fue considerado por algunos el mejor escritor de España por entonces.

Es un vino añejo, como un coñac con gran solera, probablemente de los más antiguos del mundo, debido a la «madre que tiene», una barrica de roble de novecientos años y que se conserva en algún escondrijo de la Colegiata de San Isidoro.

Rodeada de un gran misterio, esta barrica está custodiada con tanto celo que, incluso, la puerta detrás de la que se esconde está cerrada bajo dos llaves para evitar «depredadores nocturnos y diurnos».

Los miembros del Cabildo Isidoriano son los únicos privilegiados que pueden degustar este vino añejo, aunque excepcionalmente a lo largo de la historia lo ha probado alguna autoridad. Aunque algunos, como el Rey Alfonso XIII, renunciaron a beberlo, un día que no era Jueves Santo, para no romper la tradición.

Esta barrica, altamente protegida, ha sobrevivido a avatares de la historia, como la invasión Napoleónica, que dejó huella en la Real Colegiata, una de las principales joyas del románico. De allí los franceses se llevaron sarcófagos del Panteón Real, pero no pudieron con su barrica.